miércoles, 30 de diciembre de 2015

Fresa, vainilla y chocolate

¿Fiestas sin chocolates?


Oliva, manteca de cacao, cera de abeja, extractos de vainilla y fresa y cacao en polvo


  

Tampoco puede faltar un cuento de navidad. Leedlo con vuestros niños que es para ellos.

CARICIAS DE MIMOSA

Húmeda y fresca mañana de finales de diciembre. La luz asoma entre nubes y niebla por encima de la sierra que da cobijo en sus laderas, a las casitas más alejadas de la aldea. Apenas calienta, sin embargo el ardor de las humeantes chimeneas transpira hacia el exterior como un ligero sudor, aromatizando el entorno de un agradable olor a leña quemada. Sensaciones invernales que invitan especialmente a los niños, a seguir un ratito más en la cama, apurando al máximo el tiempo necesario para salir pitando hacia la escuela.
Los últimos nacidos en aquel entorno son mellizos, Justo y Paula, tan pícaros y descarados como guapos y traviesos. Sus padres, que lo son de otros dos hijos varones sufren con pena la ausencia de estos y con estoicismo las descontroladas barrabasadas de tan menuda y temeraria pareja.     
─ ¡Paula, Justo, arriba niños! ─Aquellos bultos bajo las sábanas y cálidas mantas, ni se inmutan. Julia con ternura se acerca a la carita de Paula y le susurra: ─Vamos mi niña se hace tarde, ¡despierta!  ─Luego destapa a Justo y dándole un besito le dice: ─Mi amor levántate que hay que ir al cole─. Después de varios intentos fallidos, consigue ponerlos en pie e iniciar el ceremonial diario de asearlos y vestirlos, teniendo que imponerse levantando su tono de voz ante la resistencia de ambos, a colaborar con ella sin alborotos.
─ ¡Mamá el niño me ha empujado! ─
─No, no es verdad, es una embustera. Me ha hecho burla. ─
Entre dientes y sin que su madre le escuche, Justo amenaza a su hermana. 
─Te vas a enterar niña.
Paula, más profusa  e hiriente… 
─Ja ja, mira que risa me da… ¡No me das miedo!
─Mami, Juztito dice que me va a pegar cuando no le veas.
─No me digas Juztitooo ¡Embustera! …ya verás luego ─lo dijo bajito pero amenazante.
─ ¡Vamos, a desayunar! No me enfadéis tan temprano ─Por fin, con sus mochilas a cuesta se despiden de su mamá con tiernos besitos. Julia, desde la puerta de su casa observa cómo se acercan a la escuela, bastante cerca por cierto; espera verlos entrar y cuando lo han hecho, suspira relajada.  ─ ¡Ay mis niños! tan pequeños  y ya tan atareados. ¿Qué será de ellos? ¡Dios mío ayúdalos!   
Antonio su marido, ya hacía un par de horas que se dedicaba al cuidado de la huerta y del ganado que les servía de sustento. Un trabajo duro, pero tan arraigado en él como en el resto de sus vecinos. Por nada del mundo abandonaría aquellos parajes tan entrañables, ricas tierras que tanta vida habían dado desde no se sabe cuándo. Con nostalgia pensaba en sus dos hijos emigrados a Suiza, recordando con alegría aquellos días en los que, aún pequeños, le hacían enorme compañía en su trabajo. La llegada de los mellizos, supuso para él una gran dicha. De algún modo esos pequeños iban ocupando el vacío de sus ausentes hijos, a pesar de que solo contaban con seis añitos.
Julia, a diario cuida primorosamente un pequeño jardín, que florece llamativo delante de su casa. Rosas, geranios, begonias, caléndulas, cláveles, buganvillas, y en un gran macetón una espectacular mimosa. Allí, a veces se entretiene tanto, que pierde la noción del tiempo. Eso sí, cuando despierta de sus anhelos vuelve apresurada a casa, no sin antes saludar cuidadosamente aquella delicada planta. El movimiento de sus hojitas, produce tanta dicha en Julia, que lo interpreta como caricias en respuesta a las suyas.
Llegaron como siempre, entre alborotos y disputas. No hacía falta que llamaran a la puerta, se les oía perfectamente. ─ ¡Que te quiiites! yo he llegado primero. Mamá abre, abre…corre. ─Niño déjameee. ¡Que me dejes! ¡Idiota!...─Así, se comportaban todos los días al volver del colegio. Aporreaban la puerta y sus voces ya eran parte del momento. Incansables, su carga de vitalidad era tremenda.
Después de comer, Julia permitió que se fueran un rato al jardín, a tomar el reconfortante Sol de aquella excepcional tarde, limpia de nubes y viento. Pensó que respirar esa naturaleza les relajaría un poco.
No había transcurrido mucho tiempo, cuando sobresaltada por un silencio fuera de lo normal, se acercó a la ventana que frente al jardín permitía abarcarlo en su totalidad. ¡Oh dios mío! El espectáculo que Julia veía, en nada era agradable.  Justo y Paula enredados entre las ramitas de la mimosa, se dedicaban  a arrancarlas y tirárselas a la cara, como pequeños dardos, conteniendo sus gritos para no ser descubiertos por mamá. Paula, cogió una de las ramas más largas cubiertas de tiernas hojitas y a modo de diadema se la plantó sobre la cabeza sacándole la lengua a Justo y este ni corto ni perezoso arrancando otra, la utilizó a modo de látigo con su hermana. En eso estaban, cuando de repente sienten ambos un fuerte tirón de oreja, siendo arrastrados hacia la casa y obligados a sentarse quietos en la cocina, donde Julia aún no había terminado sus tareas de limpieza.
Con los pabellones auditivos, el izquierdo de Justo y el derecho de Paula, rojos como tomates, aguantaban sus lágrimas, pero ambos no cesaban de refunfuñar; parecían dos muñecos por lo estático de sus posturas. La madre de espaldas a ellos, les observaba en el cristal de la ventana a modo de espejo y con discreción vigilaba. Vio la airada imagen de Paula dirigiéndose a su hermano, sacándole la lengua e increpándole en total silencio y este, haciendo ademanes de apartarla de su lado  con cierta energía.
 Se dispuso a darles una buena lección.
─Paula, Justo ¡Venid conmigo al jardín! ─Con lágrimas en sus ojos hizo que la siguieran, plantándolos frente a la mimosa.
─Por qué lloras mami. ─ preguntó Paula.
─Por nuestra culpa tonta.
─ Habéis dañado mi tímida plantita. ¡Mirad como ha quedado! Seguro que habrá sufrido mucho. ¿No os da penita?
─Julia rozó delicadamente con sus dedos las pequeñas hojas y estas respondieron cerrándose despacio, como dando besitos. Los niños con los ojos bien abiertos observaban embobados.   ─Decidme ¿Creéis que las plantas sufren cuando se les hace daño? ─ Si mami. ─Dijo llorando Paula.
─ Entonces, por qué lo habéis hecho.
─ No sé, sólo jugábamos, no nos dimos cuenta. ¡Perdón, perdón mamá!
─ ¿Y tú que dices Justo? ─Nunca más lo haré, te lo prometo. ¿Podrás curarla? ─Si me ayudáis a cuidarla, la acariciáis y mantenéis la promesa de no maltratarla jamás, posiblemente se recupere. Vamos, id a casa y sacudiros las hojitas que se han pegado a la ropa, hacedlo con delicadeza pues son las lagrimitas de la planta. ─Decir esto y los dos empezaron a llorar desconsoladamente…
─ ¡Dejad de llorar ya! Vuestros hermanos llegan hoy  y quiero que vean lo bien educaditos que estáis. Haced el favor de comportaros como Dios manda. ─ ¡Si ellos supieran! ─ dijo para sus adentros Julia.
─La llegada de Adrián y Luis, fue de lo más celebrada. La alegría de aquellos sufridos padres era indescriptible y para los mellizos una fiesta. No se separaron de ellos un solo momento. Sin cansarse de  hacer preguntas, esperaron impacientes la aparición de algún regalito.  
 Cuando al fin, abrieron las cajas de bombones traídas desde Zúrich,  el aroma y el color brillante de aquellas joyas de chocolate,  a Justo y Paula le produjeron un impulso irresistible de paladearlos uno tras otro. Los envueltos en papel dorado, eran los más codiciados por la pareja, tal vez pensaban que tras el papelillo se escondía el mejor bombón y el más sabroso chocolate. Sus boquitas, manchadas por restos cremosos de los devorados bombones, acrecentaban lo pícaro de sus gestos.
Junto a las golosinas, una caja preciosa de madera que imitaba a un viejo arcón, presagiaba contener algo muy valioso dentro de ella. Luis  preguntó a los pequeños: ─ ¿Que creéis que contiene? ─Un tesoro  ─dijo Justo ─Monedas ─contestó Paula
─No, nada de eso. Venga otra oportunidad. Es algo muy adorable ─Señaló Adrián
─Un gatito ─dijo Paula
─Un libro ─contestó Justo
─Nada  nada, no habéis acertado ¿Lo devolvemos?
─ ¡No, no por favor Adrián! Luis no le dejes…ábrela anda ─Gimoteó Paula
─Vale, pero tenéis que cuidarlo ¿lo prometéis?
─Siiii. Lo prometemos ─ lo afirmaron en voz alta.
─Adrián tomó la caja y  la abrió. Colocadas cuidadosamente aparecieron unas graciosas figuras que simulando madera de ébano, reproducían un Belén. Un característico olor, delataba que no eran de madera. Estaban talladas en un perfumado y lustroso chocolate.  Fue impactante, y los niños no sabían que decir. A Paula se le ocurrió preguntar que si se podían comer y Justo dijo: ─Eres tonta ¿Te vas a comer al niño? Yo no lo haré. ─No, yo tampoco. ─ Gimoteó Paula.
─Tranquilos niños, acordaros  de lo que os he dicho de vuestro comportamiento. Es un precioso regalo ¿Verdad? Lo luciremos todos los años por estas fechas.  ¿Os parece?  ─ dijo Julia besando a sus recién llegados. ─ ¡Si, si! ─respondieron al unísono los pequeños.
─ ¿Donde lo ponemos?  ¿En la repisa  de la chimenea? ─preguntó Antonio
─ ¡Nooo papá! se derretirán ─dijo Justo con cierto ímpetu.
─Pues lo dejamos en su arcón, y mañana le buscamos un buen sitio.
─Bien Justo, así se piensa ─Concluyó Antonio.
 Después de pasar una agradable velada, se retiraron todos a dormir.
Amaneció un nuevo día en aquel entrañable hogar y Julia se dispuso a hacer un aromático café mientras se iban despertando.  Echó un vistazo a su jardín, no dando crédito a lo que estaba viendo. Justo y Paula aún en pijama, madrugadores, habían colocado el Belén de chocolate  en la mimosa y se dedicaban a rozar tiernamente las hojitas que se iban cerrando al contacto con sus deditos. Aquella sensitiva planta, les respondía con tiernas CARICIAS, una escena que se congeló en las pupilas de mamá Julia. Salió al jardín  y se unió a los mellizos en una composición de perdón,  abrazos, amor  y fragancia de Chocolate.


Mariano Álvarez Martín                                 Navidad de 2015 




miércoles, 16 de diciembre de 2015

Jabones de ginkgo biloba, ricino y karité

Macerado de oliva y ginkgo biloba, aceite de ricino y manteca karité
Con hidrolato y extracto de lavanda








Bajo invisibles estrellas

Su color es gris oscuro, el silicio abunda en ella y su aparente dureza le da una recia  presencia en este bucólico entorno. Esta roca, surgida seguramente hace millones de años de alguna erupción volcánica, parece un molde cuajado de tal forma, que da la sensación de estar hecho a propósito para encajar en él, toda una anatomía humana. Recibe el Sol, tamizado por las aciculares hojas de los pinos, al mismo tiempo que una brisa cargada de abundante oxígeno, la baña dejándola fresca y limpia. Me invita a usarla de lecho para descansar, no solo de la dura subida hasta ella, sino también del fractal en movimiento que es mi mente; una imagen, una idea, una preocupación, una ansiedad, una pregunta, ninguna respuesta, un recuerdo y todo eso repitiéndose a distintas escalas dentro de mí, sin principio ni fin. Siento vértigo. ¡Tengo que escapar de este laberinto!  

Con el torso al descubierto y la cara sudorosa, recibo con agrado el regalo, que tan pulcra naturaleza me ofrece en este arrebatador momento. Cuando me he acoplado sobre ella, he experimentado la sensación de reposo más agradable que mi cansado cuerpo haya podido recibir en mucho tiempo. Tendría que retroceder en el mismo, para sentir el disfrute de la blandita cuna que formaría con sus firmes brazos mi madre, arrullándome con alguna canción acompasada de los amorosos latidos de su corazón y meciéndome con ternura. ¡Incomparable deleite! Nunca grabado en mi memoria claro que no…y ¿Para qué? Si es imposible comparar tal sensación. ¿Acaso en mi vida podría haber algún momento mejor? Mis turbulentos pensamientos se van  calmando, miro al cielo y tengo que cerrar los ojos pues la luz colándose entre los resquicios producidos por el movimiento de las hojas me molesta, me impide  acabar con el vaivén de mi cabeza.

Desde mi magnífico observatorio, hacia el sur y a la derecha escondida entre pinos centenarios, se vislumbra un cachito de aquella casa que otrora fuera refugio de tantos e incumplidos sueños. Aparto la vista y los recuerdos, centrándome en el claro horizonte marino que se contempla desde esta imponente atalaya, donde por una de sus pendientes parece resbalar “El Atabal”. 
Tengo que llevar mis pensamientos por otros derroteros, huir del pasado; al menos de cierto pasado. 

El cielo, ofreciéndome un espectacular celeste, no parece tan profundo. No hay sombras ni referencias simula una cercana cúpula. Me invita a reflexionar. De cara a esta infinita bóveda,  sin interferencias de nubes intento penetrarla con mi vista sin usar la imaginación. Me encantaría percibir el débil tintineo luminoso  de alguna lejana estrella; pero es tal el resplandor del Sol, que me priva de observar a sus hermanas más cercanas.

Tal vez somos seres oscuros a los que el exceso de luz nos aturde, impidiéndonos interpretar correctamente la realidad. Sin embargo noto como la radiación solar calienta mi piel y eso es agradable. También esas invisibles estrellas estarán enviando las suyas. Dicen, que en forma de lluvia cósmica, como una suave brisa estelar, que tras cientos de años, tal vez miles o millones, viajando a la velocidad de la luz, terminan desparramándose en nuestro planeta. Algo de esa energía llegará aquí, a este lugar, en este mismo instante, donde indolentemente  descanso.

Unas pequeñas mariposas azules, dos o tres no más, revolotean alrededor de mi sin rozarme, son tímidas. Parecen danzar para llamarme la atención y bien que lo consiguen.  Una se posa en la piedra a cierta distancia y abre sus alitas para enseñarme su espectacular colorido como si se desnudara impúdicamente ante mis ojos  o tal vez simplemente para alegrar mi maltrecho corazón con ¡tanta belleza! Otra alza el vuelo y con cierto atrevimiento se acerca a mi cara y asustada quizás por mi asombro, acelera el batir de sus alas dejando un pequeño rastro de brillante polvo… ¡Dios, que regalo me está haciendo! ¿Seré un privilegiado al haber contemplado, lo que solo se ha descrito en los cuentos de hadas? Seguro que lo he sido, porque este momento; no volverá a repetirse.
Y pensar que nos afligimos por nimiedades, que le damos importancia en exceso a tanta vanidad, que reflejándonos en el espejo de nuestro egoísmo no somos capaces de ver lo que realmente somos;  seres, incapaces de percibir en  esas pequeñas cosas tan bellas y espontáneas, el modo más sencillo y amable de relacionarnos con nuestro entorno.

El penetrante olor resinoso de los pinos, hace lo que puede por limpiar los fatigados alveolos de mis pulmones, maltratados durante años por el tabaco. Al cabo de un buen rato respirando este perfumado aire, comienzo a saborear con más intensidad aromas ya olvidados de mi infancia. El tomillo, el romero, mmm el poleo… abundan por este entorno. ¡Cuántos recuerdos!

Aquellos primeros de noviembre,  en los que todos los chiquillos íbamos con nuestras mochilas cargadas de frutos y de ilusión hacia la “loma larga”, a vivir imaginarias e imposibles aventuras, se convirtieron posiblemente en una de las fiestas más deseadas. Vaciábamos  el contenido de las taleguillas con desbordada fruición, cargándonos de risas y felicidad. Al acabar la jornada, todos nos llevábamos un ramillete de poleo  ─muy abundante por aquel entonces en aquella loma─  a nuestras casas para hacer balsámicas infusiones. Algunos, también algún dolorcillo de tripa por tanta castaña cruda. Recuerdos de aquella adorada Ceuta.

Intento no pensar en nada, estoy tan relajado que me apetece dormir…cierro los ojos y ¡Que curioso!, como si estuviera encaramado sobre el  pino que me da sombra, me veo sobre la piedra donde descanso. Siento algo extraño, no reacciono; de repente, esta comienza a abrazarme tomando forma humana, me hundo en ella agarrado con firmeza por unos sedosos brazos que rodean mi tórax  y abdomen impidiéndome escapar. Desde arriba me grito a mí mismo ¡Despierta! Me siento doblemente angustiado, sufro desde lo alto del árbol y desde la piedra, bueno ya no es una piedra, es una hermosa pero inquietante mujer ; cada vez me integro más en su cuerpo, no puedo respirar, me muero, cómo es posible que me trate así ¡Cuando he sentido tanta admiración por ella! Empiezo a no ver nada, todo está oscuro.

Si el silencio total existe, lo estoy experimentando. Ya no me contemplo, no grito, no siento angustia ni temor y sin embargo noto que aún estoy vivo. Quiero abrir los ojos y no puedo. Todo esto es imposible, estoy dentro de un sueño, tengo que despertar. ¡No es posible! ¡Pero si  estoy viendo! Es de noche.
Un oscuro cielo se va iluminando lentamente; centellea, es como si millones de astros quisieran decirme algo. Tan lejanos y sin embargo presiento sus invisibles dedos que me cubren de  unos filamentos ligerísimos, como brillantes telillas de araña. ¿Será polvo de estrellas? ¡Esto es inquietante! Mientras,  aparecen mis amigas azules esparciendo el suyo sobre mi cabeza y comienzo a presenciar como  toda mi vida pasa ante mi conciencia, en súbitas imágenes en color, grises, algunas negras y otras de un blanco tan intenso que el Sol las envidiaría. Una mujer bellísima toda de blanco, pura luz, aparece ante mí y me sonríe;  parece una reina. ¡Es la dama que apareció en el tarot! Sí, aquel que me echaron un tiempo atrás, auspiciando que una mujer de blanco sería mi eterna protectora... Estoy tranquilo, siento auténtica paz.

Al fin puedo abrir los ojos, el resplandor del día sigue ahí, todo vuelve a la realidad. El Sol pegando fuerte, la brisa sigue siendo fresca y los pinos murmurando… pero las pequeñas y azules mariposas ya no están. Quizá nunca estuvieron;  pero yo he vivido junto a ellas un quimérico pero bonito sueño. Me incorporo y vuelvo pensativo pero relajado a casa. Tuve miedo, pero en realidad esa roca solo fue  el vehículo que llevó a mi ánimo la señal de que alguien se preocupa y vela por mí. El futuro lo veo algo más prometedor.

Mariano Álvarez Martín                                  Noviembre de 2015 



Todo lo mejor para estas fiestas y para el nuevo año
Felicidades

lunes, 30 de noviembre de 2015

Jabón y bálsamo mascarilla de aceite de remolacha y karité


Por qué la remolacha:
. La betanina, pigmento que le da color, está considerado un antioxidante valiosísimo, efectivo contra invasores contaminantes (estudios han demostrado que la betanina disminuye el desarrollo de cánceres de piel, de hígado y de pulmón).
. Las hojas tienen gran cantidad de vitamina A y las raíces vitamina C, indispensable para el fortalecimiento del sistema inmunológico; desintoxica, nutre y renueva los tejidos.
. Fuente de folato, perteneciente a la familia de las vitaminas B, con propiedades rejuvenecedoras. Colaborador indispensable en la creación de nuevas células.
. La presencia de hierro oxigena la sangre. El magnesio fija el calcio.
. Rica en potasio y pobre en sodio, ello hace que tenga propiedades diuréticas y favorezca la eliminación de líquidos.
. Participa de la creación del aminoácido metionina, necesario para la buena salud del cabello, uñas y piel.
. Ünguentos elaborados con las hojas aceleran el proceso de cicatrización de las heridas.

Vaya, una bomba compacta de nutrientes que alimenta y renueva los tejidos de adentro hacia afuera. Muy recomendable para tomar a menudo.

Para un buen aceite de remolacha:

1 kg remolacha
½ litro aceite

Plantar la remolacha en primavera, después de la última helada, y recogerla a mediados de verano (opcional)
Cortarla en rodajas muy finas
Secarla durante 12 horas, aproximadamente, en el deshidratador (se puede hacer en el horno a baja temperatura)
Triturarla en el molinillo de café o similar
Mezclarla con el aceite y calentar al baño maría -37º/40º- durante tres horas. Dejarla reposar toda la noche y colar al día siguiente.


Echarle imaginación porque tiene múltiples usos.


Aceite de oliva macerado con remolacha, karité, manteca de cacao y cera de abeja





Aceite de remolacha y karité (mascarilla rostro)

lunes, 16 de noviembre de 2015

Menta piperita. Jabón y crema

Aceite de menta piperita, aceite de rosa, argán, karité y cera de abeja

Os tengo que reconocer que, aunque gran parte de mi mundo gira en torno a las plantas, no me gustan las infusiones, pero siempre -soy muy disciplinada- las tomé.
De pequeña solo manzanilla, en aquella época no recuerdo otra. Y ahora, de mayor, todas las que me hacen bien, que son unas cuantas. 

Hace tiempo consulté a un nutricionista para que me diera algunas pautas de alimentación. Con bastante sentido común y dominio del tema me explicó cómo nuestro cuerpo rechaza, ya antes de tomarlo, alimentos que son incompatibles con él y se bloquea para defenderse. Un caso muy claro es el del azúcar, no le va nada y reacciona mal.

Su forma de orientar la dieta me gustó, no difería mucho de la mía, pero tocó algunos aspectos que yo no los había considerado y eran bastantes interesantes. Uno de ellos era referente a las plantas, su poder curativo. Yo algo las conozco, pero escuchándole recordé aquello de… “sólo sé que no sé nada”, su conocimiento era tan amplio. Me recomendó tomar jengibre, comino, cilantro, canela, albahaca sagrada (tulasi), orégano, aloe vera y menta piperita.
Y bueno, hasta ahora las voy alternando por temporadas según me las pida el cuerpo a excepción de la menta piperita que me la exige todos los días. Necesitándola tanto le pedí a mi marido que buscara un rincón del jardín para plantarla. De esto hace ya bastante y aún no hemos encontrado su sitio ideal. Acaban secándose. Y no lo entiendo, la orientación es buena, la tierra también, el agua…. no sé qué falla. En la zona crecen espléndidas y se reproducen en poco tiempo. Vaya, que de momento se la estoy comprando a un vecino, hasta que encuentre el lugar que le guste, pues pienso insistir.
Esta planta, ya lo sabéis, es superfresca; relaja, suaviza, estimula y tonifica por dentro y por fuera, tiene más de treinta principios antisépticos y antibacterianos (cineol, mentol, anetol, ácido cafeico…) que son excelentes remedios para tratar múltiples anomalías, así que no es de extrañar que haga también jabones y cremas con ella. En esta ocasión la mezclé con sándalo, para un jabón tónico y calmante.



Aceite de menta piperita, aceite de escaramujo, hidrolato de rosas y cera de abeja



Que llueva, que nieve, pero que aguante este otoño hasta el final del invierno


lunes, 2 de noviembre de 2015

Fantasías de un jabón

Manteca de cacao, karité, oliva y aceite de coco bio





"Hay que inocularse todos los días de fantasía para no enfermarse de realidad"
Anónimo


Carlos e Isatis

Acababa de cumplir 16 años y ese día decidió hacer rabona. No era la primera vez, ya había faltado a clase en otras ocasiones y cuando lo hacía lo tenía muy claro, correr y correr hacia la playa, tumbarse en la arena y quedarse fascinado viendo y oyendo el continuo vaivén de las olas. Aquella mañana, el mar presentaba un aspecto amenazante y gris, se esperaba una fuerte tormenta que produciría grandes olas, justo lo que Carlos deseaba. El rugir del mar lo interpretaba como un lenguaje de cabreo. Tormenta tras tormenta había aprendido aquel gruñón idioma. Lo curioso, es que en aquel  pueblecito pesquero, nadie se había percatado del asombroso don de Carlos. Se hubiera armado un buen revuelo por lo extraño y prodigioso del caso.
Cuando las aguas eran calmas, no escuchaba nada, pero rocas, viento y agua si le oían a él;  en estado tormentoso se hablaban mutuamente.
Las olas rompían con fuerza en una picuda roca que orgullosa se mantenía erguida a pocos metros de la playa. La espuma que producía formaba una larga cabellera, semejante a una gran cola balanceándose en las ancas de un hermoso caballo blanco. Esa piedra, desde que la descubrió le había proporcionado infinidad de ideas a cual más descabellada. Aunque tal vez, el que  se pareciera a un desbocado caballo de carreras  fuera la más imaginativa. La bautizó con el nombre de doña Picuda, pues en lo  más alto de la peña, un pequeño promontorio semejaba la larga nariz de una hechicera.
Algo más alejada, otra roca de forma redondeada, se dejaba cubrir totalmente cuando el oleaje la golpeaba. Desaparecía bajo el agua para emerger al rato sin oponer resistencia. Tantas tormentas sufridas habían pulido su superficie haciéndola convexa, como el caparazón de un quelonio. La bautizó como doña Tortuga.
Aquel día no era el más apropiado para relajarse en la playa, el viento arreciaba, trayendo  gotas de agua en forma de lluvia horizontal. El ambiente  frío  y húmedo invitaba a retirarse de la playa. La equina roca presentaba su cara menos amable y gritaba ─ ¡Fuera! ¡Vete de aquí! No ves que me distraes y no puedo concentrarme en mi lucha. Así escuchaba Carlos  el bramido de aquel peñasco, mientras batallaba orgulloso contra aquellas poderosas embestidas. La piedra redondeada, era un continuo gemido de ahogo cada vez que tenía que aguantar la respiración  cuando el oleaje la cubría. Carlos la escuchaba jadear… ─ No te vayas, pronto acabará esta tormenta. ¡Ayúdame! ─clamaba doña Tortuga ─ ¿Y cómo quieres que te ayude? Las olas son grandes, estás lejos y me da miedo.
─ Acércate un poco más a la orilla y espera a que se calme este asqueroso mar. ─Haciendo gárgaras con el agua tragada, el suave pedrusco imploraba a Carlos que se aproximara.
─ ¡No lo hagas estúpido!, no te das cuenta que esa rechoncha y deforme roca quiere que te acerques hacia ella para que una ola te trague y desaparezcas entre las aguas. Aléjate de la orilla.  Es un bicho malo ─gritó la picuda roca.
─  ¿Y porque iba a querer que una ola me trague?
─Infeliz. ¿No llegaste a reconocer aquel ser tomando el Sol encima de ella el verano pasado?
─No. ¿Qué era?
─ ¿Qué era, qué era? Nada de eso. ¡Quien era! ¡Eres un ingenuo! ¡Aléjate de la orilla!
─Está bien me alejaré. Pero cuéntame  ¿Qué era aquella cosa? ¿Tal vez una foca?
─ ¡Una fooca , una fooca! ─ dijo en tono burlón y de enfado la picuda roca.
─Mejor no te lo digo, pareces tonto.─
Carlos cogiendo un buen guijarro de la orilla, se lo estampó con fuerza  gritándole:
─ ¡Te odio maldita, ojalá  y una ola te rompa por la mitad! Idiota serás tú. Descuida se lo preguntaré a doña Tortuga  cuando se calme el vendaval.
En tono más suave se manifestó doña Picuda: ─Carlitos me has hecho daño, no eres bueno. ¡Escúchame!
Tapándose los oídos Carlos le gritó: ─ ¡No me interesan tus historias!
─Carlos, Carlos,  deja tranquila a doña Tortuga, hazme caso, te estoy protegiendo.
─Adiós, ya vendré en otro momento. Y no te preocupes por mí. ¡Estúpida! ─ exclamó Carlos.
Cuando aquella borrasca fue perdiendo fuerza, la playa iba adquiriendo una estampa más amable, poco a poco iba siendo visitada por bañistas y habituales pescadores, que plantaban sus cañas en la orilla, donde indolentemente esperaban la visita de algún despistado pez.  Esa bonanza molestaba a Carlos, le impedía integrarse en aquel sugestivo paisaje. Las palabras de doña Picuda advirtiéndole de aquel ser y de la malicia de doña Tortuga, habían sembrado en su soñadora cabeza, dudas que imperiosamente le despertaron el deseo  de despejarlas.
El buen tiempo durando más de lo previsto y tanta escuela, le produjeron un estado de impaciencia que se traducía en un cabreo permanente, no toleraba nada ni a nadie. Sus tareas escolares se vieron  afectadas y tanto su maestro como sus compañeros notaron el cambio experimentado en él. Triste y pensativo la mayor parte del tiempo, dejó de ser participativo tanto en clase como en el recreo, cuando siempre había sido un chiquillo muy activo y alegre. La adolescencia le estaba pasando factura.
Una noche de escasa luminosidad debido a un cielo encapotado, Carlos impaciente corrió hacia la playa con la intención de preguntarle a doña Tortuga por aquel ser indefinido, descrito  por  doña Picuda, aún a sabiendas de que de un mar en calma nunca obtuvo respuesta.
Se acercó a la orilla no había nadie en la playa, se  sentó frente a la suave roca que emergía  muy tranquila lamida por suaves ondas y empezó a llamarla  ─ ¡Doña tortuga!...así unas cuantas veces sin obtener respuesta.  Cuando ya se marchaba, de repente le pareció oír muy bajito…Carlosss.
─ ¿Es usted doña Tortuga?
─Si, pero no grites que despertarás  a esa bruja Picuda y ya no podremos hablar. ¿Qué quieres guapo?
─Me gustaría saber quién era aquel ser, que el verano pasado vi descansando encima de usted y no pude distinguirlo bien.
─Seguro que esa triste y majadera roca, te diría que te cuidaras de mí y de ese ser, ¿A que sí?
─Si, ¿y cómo lo sabe doña Tortuga? ─dijo bajito Carlos
─ La conozco muy bien, es mucho el tiempo que llevamos cerca la una de la otra. Es una envidiosa  y amargada que ha perdido el juicio si cree que va a poder aguantar durante mucho tiempo tanta tormenta. ¡Ya quisiera ella tener una amiga tan maravillosa como esa criatura! ¿Quieres conocerla?
─Sí, sí que me gustaría. ─dijo entusiasmado él.
─ ¡Te advierto que te impresionará su belleza y dulzura! ¡Es una nereida preciosa! Una criatura que habita en el fondo del mar y que ama a los humanos.
─ ¿Y cuando la podré ver? ─preguntó balbuciendo Carlos.
─ Mañana noche habrá luna llena, ven sobre esta hora y llámame, pero ya sabes flojito. Conocerás el ser más hermoso que tus ojos hayan visto.
─Descuida. Así lo haré.
Se levantó y salió corriendo precipitadamente hacia el pueblo, procurando no ser visto por algún vecino. En ese momento oyó a Doña Picuda  gritarle, Carlos, Carlitos… que eres un chiquillo, no seas iluso, ese obstruido tafanario hiede, y no te traerá nada bueno. 
─Te dije que me dejaras en paz. No te creo.
─ ¡Carlos, escúchame! ¿Si te encontraras en apuros en una tormenta, qué roca de las dos elegirías para salvarte?
─No sé.
─Ves, ¡ereees tonto! ¿A cuál podrías agarrarte mejor?
─Quizá a ti, pero no sé, no me fío.
─Carlitos, hazme caso no te traerá nada bueno ese ser y menos esa parda cagarruta.
─Me voy, ya veré lo que hago. Pero has de saber que no me caes bien. Eres antipática.
─Cuando más feliz te sientas en compañía de esas dos harpías, piensa un momento en mis palabras y recuerda quien te puede ayudar. No lo olvides. ─concluyó doña Picuda.
Al día siguiente Carlos despertó bastante excitado, un único deseo  le motivaba; que el día acabara cuanto antes, para encontrarse con aquel ser tan maravilloso y dulce descrito por doña tortuga. Las horas en la escuela le parecieron eternas y ya  en casa,  encerrado en su habitación, esperaba impaciente que el Sol diera paso a tan ansiado crepúsculo.
Los reflejos de la luna en el mar, formaban un luminoso camino hacia aquella roca invitando al muchacho a nadar hacia ella. El tímido oleaje de aquel momento, producía un chisporroteo de gotas que iluminadas por aquel disco nocturno parecían selenitas cayendo sobre aquella resbaladiza piedra. El instante aquel era tan bello y tenso que a Carlos le costó articular la primera sílaba Do…por fin lo hizo. ─ ¡Doña tortuga! ─En tono bajito la llamó.
─No te impacientes, voy a llamar a Isatis la Nereida para que la conozcas, pero cuando esté sobre mí, has de venir nadando para verla ─le contestó doña Tortuga.
─No se preocupe, se nadar bastante bien y además el mar está tranquilo. ─ respondió ansioso el muchacho.
─Espera y verás. ─Ordenó doña Tortuga.
A un centenar de metros doña Picuda muy intranquila, llamaba en voz alta a Carlos…
─Caaarlos escúchame ven un momento, no hagas el tonto por favor, acércate…
─ ¿Qué quieres?
─Mira niño, te lo advierto por última vez, o abandonas este jueguecito con tu tortuguita o no volverás a ver esta playa, ni a tu pueblo ni a tu familia; así que tu verás lo que haces.
─ Te da envidia ¿verdad?
─ ¡Hay que ver lo inocente y bobo que eres! ¡Escuuuuuucha! Ese ser, es una nereida esclavizada por un tritón oscuro. Trabaja para él, atrayendo a marinos y jóvenes idiotas como tú seducidos por sus encantos, para llevárselos a lo más profundo del océano y allí servir de alimento a esa colonia de feísimos tritones.
─No sabes lo que dices, la envidia te corroe y te inventas historias con no sé qué intenciones, pero no te haré caso. ¡No me molestes más!
─ ¡Óyeme cretiiino! De una colonia de bellas nereidas y tritones luminosos, nació Isatis, a la que vas a conocer, pero un mal día fueron atacados por los tritones oscuros destruyéndola casi en su totalidad y llevándose a algunas nereidas como esclavas, a las cuales instruyeron en las maldades más abyectas.
─ ¡Que me dejes! Vaya historia.
─ Bien, no me hagas caso. Allá tú, no será porque no te lo he advertido. ─concluyó doña Picuda.
─Doña tortuga, doña tortuga…─gritó Carlos
─Tranquilo bonito. ¡Mira que es mala esa bruja! No quiere que nadie sea feliz. Anda, nada hacia mí y espera, verás venir un ángel.
─Carlos se quedó en bañador y con gran habilidad nadó hacia la roca cubriendo con rapidez  los cien metros que la separaban de la orilla. Sintió algo de frío pero la curiosidad y el deseo alimentado por doña tortuga hizo que se olvidara de cualquier inconveniente. Quería causar una buena impresión a Isatis.
De pronto oyó decir a la roca: ─ ¡Mira, hacia poniente!
Bajo el agua, una luz verdosa cada vez más fuerte avanzaba hacia ellos; hasta que llegando a su altura, dando varias vueltas alrededor de la piedra,  emergió gloriosa una preciosa nereida que tomando impulso saltó sobre la roca, al instante esta relució de forma tenue al contacto con el cuerpo de la nereida.
 Carlos permaneció un buen rato boquiabierto, sin saber qué hacer ni qué decir, la nereida emanando luz le miraba amorosamente y sin mover sus labios le dijo: ─Hola jovencito ¿Querías conocerme? ─Si…─balbució Carlos. Ésta, acercándose a él, le acarició los cabellos y recorrió su cara con unas delicadas manos. ─ ¿Sabes que eres un privilegiado? Doña Tortuga me ha hablado tanto y también de ti,  que tenía ganas de conocerte. Además me dijo que eras un muchacho muy guapo. Y no mentía.
Carlos alucinaba, creía estar siendo protagonista de una película de ciencia –ficción y era tal la cantidad de emociones que estaba viviendo, que sintiéndose lleno de felicidad se atrevió a decirle a Isatis:
─ Pareces un hada…un ángel…eres preciosa, tus cabellos parecen hilos de oro. ¿Puedo tocarlos?
─Si, pero suavemente, me gusta la ternura.
─Si no me hablas es porque  ¿puedo leer tu pensamiento?─preguntó inocente Carlos
─Claro y yo el tuyo. De este modo, la que llamas Picuda no podrá oírnos. Sé que te ha contado historias relacionadas conmigo que son  solo patrañas. Está celosa porque he elegido una roca amable y suave y no una huraña, incómoda, violenta y fea como ella.
─ ¿Tu reino está muy lejos de aquí? ¿Está muy hondo?─preguntó Carlos
─ ¿Te gustaría conocerlo? ─Ronroneando como una gatita, Isatis le invitaba.
─Si me gustaría pero, ¿Cómo podría ir allí?
─No te preocupes déjalo de mi cuenta. ¿Te gustaría darme un beso?
Embobado, el pobre Carlos accedió y en ese instante, cuando sus labios rozaron los de la nereida notó un fuerte tirón de sus hombros hacia atrás, cayendo de espaldas al agua,  siendo arrastrado hacia el fondo a gran velocidad por un tritón oscuro y feo. Le faltaba el aire pensó que era su fin y no obstante se acordó de los consejos de doña Picuda y mentalmente gritó con todas sus fuerzas… ¡Doña Picudaaaaaaa, ayúdeme!
Doña Picuda adormilada oyó los lastimeros gritos de auxilio de Carlitos y sin pensarlo bramó con un alarido tan grande que retumbó en todo el pueblecito… ¡Pegasusssssss!
La gente asustada no daba crédito, la noche era estrellada y aquello retumbó como la más grande de las tormentas. De aquel feo y oscuro peñasco, surgió un poderoso caballo alado de color blanco, que alzando el vuelo se adentró en el mar a gran velocidad hasta llegar a la altura del malvado tritón y de la infausta nereida.
Desde gran altura, el caballo se lanzó a las profundidades en persecución de aquellos malvados, que al ser descubiertos y ver el poderío de tan enérgico e intrépido corcel, soltaron su presa al instante, huyendo de espaldas como los calamares muertos de miedo.
─ ¡Sube a la grupa idiotaaa! Gritaba doña Picuda en su cerebro, ¡subeeee Carlitos!
Carlos lívido como un cadáver, sacó fuerzas de donde casi ya no tenia y subiéndose a la grupa de Pegasus, se agarró con tal energía a sus crines que se quedó como grapado a lomos de tan bello corcel. Salieron a la superficie y volando hacia la costa, se posaron en doña tortuga y pateándola, doña Picuda reía, toma toma, asquerosa cagarruta. Majestuosamente el caballo se posó en la playa donde una multitud contemplaba el espectáculo. ─Baja bobito, ya te lo dijeron.  No hiciste caso y has estado a punto de no volver a esta tu playa, con tu pueblo y  con tu gente. Dale gracias a doña Picuda por el poderío de su voz y del amor que te tiene.
Carlos no se soltaba de las crines del caballo, se había agarrado tan fuerte que sus manos estaban totalmente agarrotadas. Al cabo de un buen rato se pudo soltar, y cayendo al suelo se incorporó a duras penas para agarrarse a su cuello y darle un beso diciéndole: ─Gracias por salvarme, nunca te olvidaré.
Pegasus majestuoso, desapareció veloz hacia el firmamento.
 Carlos, acercándose a  doña Picuda  y rodeándola  con sus brazos le pidió perdón por tanta torpeza al no saber distinguir lo que es “bello y difícil” de lo “ilusorio y fácil”.
Un ramillete de luz de luna iluminó aquella agreste e iracunda roca.


Mariano Álvarez Martín… tras una tormenta                     Octubre de 2015                       

lunes, 26 de octubre de 2015

Tintura de resinas para jabones


La resina es una secreción natural de los árboles que actúa como mecanismo de defensa frente a las agresiones de organismos nocivos -insectos, bacterias, hongos- o por la pérdida de humedad. Su extracción, mediante un proceso manual, es tremendamente laboriosa y a pesar del extraordinario desarrollo de la industria química no ha podido ser sustituida debido a sus muchas aplicaciones y al incremento de productos más ecológicos y sostenibles.

Antiguamente ya confiaban en su valor medicinal y sangraban a los árboles para obtener estas resinas terapéuticas. Hoy, su uso como antioxidante, antiséptico y conservante natural es muy apreciado en la industria de farmacia y cosmética.

Resinas como el benjuí, incienso o copal a mí me sirven para redondear el aroma, dando calidez y fijación a cremas y jabones. Se incorporan al jabón en forma de tintura (disolución en alcohol) en la fase de espesamiento. A las que os gusta hacer jabones y no las conocéis aún, tened cuidado pues aceleran mucho la traza, ojo con entretenerse. Yo le añado una proporción del 6 % (se puede llegar hasta un 10 %) del peso de los aceites esenciales.

Para elaborar tintura de resinas:
A principios de marzo, cuando los árboles empiezan a despertar de su letargo invernal, grabar un corazón en el tronco de uno de ellos.
Volver para el verano y recoger las pequeñas gotas de resina que se deslizan por la superficie.
Esperar a que estén secas para triturarlas.
Macerar durante 30 días en cinco partes de alcohol 80º por una de resina triturada.