lunes, 2 de noviembre de 2015

Fantasías de un jabón

Manteca de cacao, karité, oliva y aceite de coco bio





"Hay que inocularse todos los días de fantasía para no enfermarse de realidad"
Anónimo


Carlos e Isatis

Acababa de cumplir 16 años y ese día decidió hacer rabona. No era la primera vez, ya había faltado a clase en otras ocasiones y cuando lo hacía lo tenía muy claro, correr y correr hacia la playa, tumbarse en la arena y quedarse fascinado viendo y oyendo el continuo vaivén de las olas. Aquella mañana, el mar presentaba un aspecto amenazante y gris, se esperaba una fuerte tormenta que produciría grandes olas, justo lo que Carlos deseaba. El rugir del mar lo interpretaba como un lenguaje de cabreo. Tormenta tras tormenta había aprendido aquel gruñón idioma. Lo curioso, es que en aquel  pueblecito pesquero, nadie se había percatado del asombroso don de Carlos. Se hubiera armado un buen revuelo por lo extraño y prodigioso del caso.
Cuando las aguas eran calmas, no escuchaba nada, pero rocas, viento y agua si le oían a él;  en estado tormentoso se hablaban mutuamente.
Las olas rompían con fuerza en una picuda roca que orgullosa se mantenía erguida a pocos metros de la playa. La espuma que producía formaba una larga cabellera, semejante a una gran cola balanceándose en las ancas de un hermoso caballo blanco. Esa piedra, desde que la descubrió le había proporcionado infinidad de ideas a cual más descabellada. Aunque tal vez, el que  se pareciera a un desbocado caballo de carreras  fuera la más imaginativa. La bautizó con el nombre de doña Picuda, pues en lo  más alto de la peña, un pequeño promontorio semejaba la larga nariz de una hechicera.
Algo más alejada, otra roca de forma redondeada, se dejaba cubrir totalmente cuando el oleaje la golpeaba. Desaparecía bajo el agua para emerger al rato sin oponer resistencia. Tantas tormentas sufridas habían pulido su superficie haciéndola convexa, como el caparazón de un quelonio. La bautizó como doña Tortuga.
Aquel día no era el más apropiado para relajarse en la playa, el viento arreciaba, trayendo  gotas de agua en forma de lluvia horizontal. El ambiente  frío  y húmedo invitaba a retirarse de la playa. La equina roca presentaba su cara menos amable y gritaba ─ ¡Fuera! ¡Vete de aquí! No ves que me distraes y no puedo concentrarme en mi lucha. Así escuchaba Carlos  el bramido de aquel peñasco, mientras batallaba orgulloso contra aquellas poderosas embestidas. La piedra redondeada, era un continuo gemido de ahogo cada vez que tenía que aguantar la respiración  cuando el oleaje la cubría. Carlos la escuchaba jadear… ─ No te vayas, pronto acabará esta tormenta. ¡Ayúdame! ─clamaba doña Tortuga ─ ¿Y cómo quieres que te ayude? Las olas son grandes, estás lejos y me da miedo.
─ Acércate un poco más a la orilla y espera a que se calme este asqueroso mar. ─Haciendo gárgaras con el agua tragada, el suave pedrusco imploraba a Carlos que se aproximara.
─ ¡No lo hagas estúpido!, no te das cuenta que esa rechoncha y deforme roca quiere que te acerques hacia ella para que una ola te trague y desaparezcas entre las aguas. Aléjate de la orilla.  Es un bicho malo ─gritó la picuda roca.
─  ¿Y porque iba a querer que una ola me trague?
─Infeliz. ¿No llegaste a reconocer aquel ser tomando el Sol encima de ella el verano pasado?
─No. ¿Qué era?
─ ¿Qué era, qué era? Nada de eso. ¡Quien era! ¡Eres un ingenuo! ¡Aléjate de la orilla!
─Está bien me alejaré. Pero cuéntame  ¿Qué era aquella cosa? ¿Tal vez una foca?
─ ¡Una fooca , una fooca! ─ dijo en tono burlón y de enfado la picuda roca.
─Mejor no te lo digo, pareces tonto.─
Carlos cogiendo un buen guijarro de la orilla, se lo estampó con fuerza  gritándole:
─ ¡Te odio maldita, ojalá  y una ola te rompa por la mitad! Idiota serás tú. Descuida se lo preguntaré a doña Tortuga  cuando se calme el vendaval.
En tono más suave se manifestó doña Picuda: ─Carlitos me has hecho daño, no eres bueno. ¡Escúchame!
Tapándose los oídos Carlos le gritó: ─ ¡No me interesan tus historias!
─Carlos, Carlos,  deja tranquila a doña Tortuga, hazme caso, te estoy protegiendo.
─Adiós, ya vendré en otro momento. Y no te preocupes por mí. ¡Estúpida! ─ exclamó Carlos.
Cuando aquella borrasca fue perdiendo fuerza, la playa iba adquiriendo una estampa más amable, poco a poco iba siendo visitada por bañistas y habituales pescadores, que plantaban sus cañas en la orilla, donde indolentemente esperaban la visita de algún despistado pez.  Esa bonanza molestaba a Carlos, le impedía integrarse en aquel sugestivo paisaje. Las palabras de doña Picuda advirtiéndole de aquel ser y de la malicia de doña Tortuga, habían sembrado en su soñadora cabeza, dudas que imperiosamente le despertaron el deseo  de despejarlas.
El buen tiempo durando más de lo previsto y tanta escuela, le produjeron un estado de impaciencia que se traducía en un cabreo permanente, no toleraba nada ni a nadie. Sus tareas escolares se vieron  afectadas y tanto su maestro como sus compañeros notaron el cambio experimentado en él. Triste y pensativo la mayor parte del tiempo, dejó de ser participativo tanto en clase como en el recreo, cuando siempre había sido un chiquillo muy activo y alegre. La adolescencia le estaba pasando factura.
Una noche de escasa luminosidad debido a un cielo encapotado, Carlos impaciente corrió hacia la playa con la intención de preguntarle a doña Tortuga por aquel ser indefinido, descrito  por  doña Picuda, aún a sabiendas de que de un mar en calma nunca obtuvo respuesta.
Se acercó a la orilla no había nadie en la playa, se  sentó frente a la suave roca que emergía  muy tranquila lamida por suaves ondas y empezó a llamarla  ─ ¡Doña tortuga!...así unas cuantas veces sin obtener respuesta.  Cuando ya se marchaba, de repente le pareció oír muy bajito…Carlosss.
─ ¿Es usted doña Tortuga?
─Si, pero no grites que despertarás  a esa bruja Picuda y ya no podremos hablar. ¿Qué quieres guapo?
─Me gustaría saber quién era aquel ser, que el verano pasado vi descansando encima de usted y no pude distinguirlo bien.
─Seguro que esa triste y majadera roca, te diría que te cuidaras de mí y de ese ser, ¿A que sí?
─Si, ¿y cómo lo sabe doña Tortuga? ─dijo bajito Carlos
─ La conozco muy bien, es mucho el tiempo que llevamos cerca la una de la otra. Es una envidiosa  y amargada que ha perdido el juicio si cree que va a poder aguantar durante mucho tiempo tanta tormenta. ¡Ya quisiera ella tener una amiga tan maravillosa como esa criatura! ¿Quieres conocerla?
─Sí, sí que me gustaría. ─dijo entusiasmado él.
─ ¡Te advierto que te impresionará su belleza y dulzura! ¡Es una nereida preciosa! Una criatura que habita en el fondo del mar y que ama a los humanos.
─ ¿Y cuando la podré ver? ─preguntó balbuciendo Carlos.
─ Mañana noche habrá luna llena, ven sobre esta hora y llámame, pero ya sabes flojito. Conocerás el ser más hermoso que tus ojos hayan visto.
─Descuida. Así lo haré.
Se levantó y salió corriendo precipitadamente hacia el pueblo, procurando no ser visto por algún vecino. En ese momento oyó a Doña Picuda  gritarle, Carlos, Carlitos… que eres un chiquillo, no seas iluso, ese obstruido tafanario hiede, y no te traerá nada bueno. 
─Te dije que me dejaras en paz. No te creo.
─ ¡Carlos, escúchame! ¿Si te encontraras en apuros en una tormenta, qué roca de las dos elegirías para salvarte?
─No sé.
─Ves, ¡ereees tonto! ¿A cuál podrías agarrarte mejor?
─Quizá a ti, pero no sé, no me fío.
─Carlitos, hazme caso no te traerá nada bueno ese ser y menos esa parda cagarruta.
─Me voy, ya veré lo que hago. Pero has de saber que no me caes bien. Eres antipática.
─Cuando más feliz te sientas en compañía de esas dos harpías, piensa un momento en mis palabras y recuerda quien te puede ayudar. No lo olvides. ─concluyó doña Picuda.
Al día siguiente Carlos despertó bastante excitado, un único deseo  le motivaba; que el día acabara cuanto antes, para encontrarse con aquel ser tan maravilloso y dulce descrito por doña tortuga. Las horas en la escuela le parecieron eternas y ya  en casa,  encerrado en su habitación, esperaba impaciente que el Sol diera paso a tan ansiado crepúsculo.
Los reflejos de la luna en el mar, formaban un luminoso camino hacia aquella roca invitando al muchacho a nadar hacia ella. El tímido oleaje de aquel momento, producía un chisporroteo de gotas que iluminadas por aquel disco nocturno parecían selenitas cayendo sobre aquella resbaladiza piedra. El instante aquel era tan bello y tenso que a Carlos le costó articular la primera sílaba Do…por fin lo hizo. ─ ¡Doña tortuga! ─En tono bajito la llamó.
─No te impacientes, voy a llamar a Isatis la Nereida para que la conozcas, pero cuando esté sobre mí, has de venir nadando para verla ─le contestó doña Tortuga.
─No se preocupe, se nadar bastante bien y además el mar está tranquilo. ─ respondió ansioso el muchacho.
─Espera y verás. ─Ordenó doña Tortuga.
A un centenar de metros doña Picuda muy intranquila, llamaba en voz alta a Carlos…
─Caaarlos escúchame ven un momento, no hagas el tonto por favor, acércate…
─ ¿Qué quieres?
─Mira niño, te lo advierto por última vez, o abandonas este jueguecito con tu tortuguita o no volverás a ver esta playa, ni a tu pueblo ni a tu familia; así que tu verás lo que haces.
─ Te da envidia ¿verdad?
─ ¡Hay que ver lo inocente y bobo que eres! ¡Escuuuuuucha! Ese ser, es una nereida esclavizada por un tritón oscuro. Trabaja para él, atrayendo a marinos y jóvenes idiotas como tú seducidos por sus encantos, para llevárselos a lo más profundo del océano y allí servir de alimento a esa colonia de feísimos tritones.
─No sabes lo que dices, la envidia te corroe y te inventas historias con no sé qué intenciones, pero no te haré caso. ¡No me molestes más!
─ ¡Óyeme cretiiino! De una colonia de bellas nereidas y tritones luminosos, nació Isatis, a la que vas a conocer, pero un mal día fueron atacados por los tritones oscuros destruyéndola casi en su totalidad y llevándose a algunas nereidas como esclavas, a las cuales instruyeron en las maldades más abyectas.
─ ¡Que me dejes! Vaya historia.
─ Bien, no me hagas caso. Allá tú, no será porque no te lo he advertido. ─concluyó doña Picuda.
─Doña tortuga, doña tortuga…─gritó Carlos
─Tranquilo bonito. ¡Mira que es mala esa bruja! No quiere que nadie sea feliz. Anda, nada hacia mí y espera, verás venir un ángel.
─Carlos se quedó en bañador y con gran habilidad nadó hacia la roca cubriendo con rapidez  los cien metros que la separaban de la orilla. Sintió algo de frío pero la curiosidad y el deseo alimentado por doña tortuga hizo que se olvidara de cualquier inconveniente. Quería causar una buena impresión a Isatis.
De pronto oyó decir a la roca: ─ ¡Mira, hacia poniente!
Bajo el agua, una luz verdosa cada vez más fuerte avanzaba hacia ellos; hasta que llegando a su altura, dando varias vueltas alrededor de la piedra,  emergió gloriosa una preciosa nereida que tomando impulso saltó sobre la roca, al instante esta relució de forma tenue al contacto con el cuerpo de la nereida.
 Carlos permaneció un buen rato boquiabierto, sin saber qué hacer ni qué decir, la nereida emanando luz le miraba amorosamente y sin mover sus labios le dijo: ─Hola jovencito ¿Querías conocerme? ─Si…─balbució Carlos. Ésta, acercándose a él, le acarició los cabellos y recorrió su cara con unas delicadas manos. ─ ¿Sabes que eres un privilegiado? Doña Tortuga me ha hablado tanto y también de ti,  que tenía ganas de conocerte. Además me dijo que eras un muchacho muy guapo. Y no mentía.
Carlos alucinaba, creía estar siendo protagonista de una película de ciencia –ficción y era tal la cantidad de emociones que estaba viviendo, que sintiéndose lleno de felicidad se atrevió a decirle a Isatis:
─ Pareces un hada…un ángel…eres preciosa, tus cabellos parecen hilos de oro. ¿Puedo tocarlos?
─Si, pero suavemente, me gusta la ternura.
─Si no me hablas es porque  ¿puedo leer tu pensamiento?─preguntó inocente Carlos
─Claro y yo el tuyo. De este modo, la que llamas Picuda no podrá oírnos. Sé que te ha contado historias relacionadas conmigo que son  solo patrañas. Está celosa porque he elegido una roca amable y suave y no una huraña, incómoda, violenta y fea como ella.
─ ¿Tu reino está muy lejos de aquí? ¿Está muy hondo?─preguntó Carlos
─ ¿Te gustaría conocerlo? ─Ronroneando como una gatita, Isatis le invitaba.
─Si me gustaría pero, ¿Cómo podría ir allí?
─No te preocupes déjalo de mi cuenta. ¿Te gustaría darme un beso?
Embobado, el pobre Carlos accedió y en ese instante, cuando sus labios rozaron los de la nereida notó un fuerte tirón de sus hombros hacia atrás, cayendo de espaldas al agua,  siendo arrastrado hacia el fondo a gran velocidad por un tritón oscuro y feo. Le faltaba el aire pensó que era su fin y no obstante se acordó de los consejos de doña Picuda y mentalmente gritó con todas sus fuerzas… ¡Doña Picudaaaaaaa, ayúdeme!
Doña Picuda adormilada oyó los lastimeros gritos de auxilio de Carlitos y sin pensarlo bramó con un alarido tan grande que retumbó en todo el pueblecito… ¡Pegasusssssss!
La gente asustada no daba crédito, la noche era estrellada y aquello retumbó como la más grande de las tormentas. De aquel feo y oscuro peñasco, surgió un poderoso caballo alado de color blanco, que alzando el vuelo se adentró en el mar a gran velocidad hasta llegar a la altura del malvado tritón y de la infausta nereida.
Desde gran altura, el caballo se lanzó a las profundidades en persecución de aquellos malvados, que al ser descubiertos y ver el poderío de tan enérgico e intrépido corcel, soltaron su presa al instante, huyendo de espaldas como los calamares muertos de miedo.
─ ¡Sube a la grupa idiotaaa! Gritaba doña Picuda en su cerebro, ¡subeeee Carlitos!
Carlos lívido como un cadáver, sacó fuerzas de donde casi ya no tenia y subiéndose a la grupa de Pegasus, se agarró con tal energía a sus crines que se quedó como grapado a lomos de tan bello corcel. Salieron a la superficie y volando hacia la costa, se posaron en doña tortuga y pateándola, doña Picuda reía, toma toma, asquerosa cagarruta. Majestuosamente el caballo se posó en la playa donde una multitud contemplaba el espectáculo. ─Baja bobito, ya te lo dijeron.  No hiciste caso y has estado a punto de no volver a esta tu playa, con tu pueblo y  con tu gente. Dale gracias a doña Picuda por el poderío de su voz y del amor que te tiene.
Carlos no se soltaba de las crines del caballo, se había agarrado tan fuerte que sus manos estaban totalmente agarrotadas. Al cabo de un buen rato se pudo soltar, y cayendo al suelo se incorporó a duras penas para agarrarse a su cuello y darle un beso diciéndole: ─Gracias por salvarme, nunca te olvidaré.
Pegasus majestuoso, desapareció veloz hacia el firmamento.
 Carlos, acercándose a  doña Picuda  y rodeándola  con sus brazos le pidió perdón por tanta torpeza al no saber distinguir lo que es “bello y difícil” de lo “ilusorio y fácil”.
Un ramillete de luz de luna iluminó aquella agreste e iracunda roca.


Mariano Álvarez Martín… tras una tormenta                     Octubre de 2015                       

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