martes, 25 de septiembre de 2018

Temporada del escaramujo



Árbol del otoño  - Jorge Guillén -


Ya madura
La hoja para su tranquila caída justa,

Cae. Cae
Dentro del cielo, verdor perenne, del estanque.

En reposo,
Molicie de lo último, se ensimisma el otoño.

Dulcemente
A la pureza de lo frío la hoja cede.

Agua abajo,
Con follaje incesante busca a su dios el árbol.



A propósito del otoño, es temporada del escaramujo, fruto al que le doy una puntuación de notable alto por su valor vitamínico. Es comestible, pero algo insípido, no suele ser habitual en las cocinas a pesar de que tiene mejores cualidades nutricionales que algunas de las plantas cultivadas. Muy apreciado en farmacia y cosmética.

Esta es su composición química por cada 100 gr:
Vitaminas:
C (ácido ascórbico) de 500 a 2.000 mg
E 47 mg
A 5 mg
K (por 100 gr de fruto fresco) 1.000 unidades Dam
B1 100 gammas
B2 7 gammas
Ácido nicotínico o factor P-P (frutos secos con su semilla) 400 gammas
Azúcar 30 gr
Pectina 25 g
Proteínas 2,7 g
Ácidos grasos 0,7 g
Minerales: hierro, magnesio, fosforo y azufre


Al macerado de escaramujo le agregué (apurando lo poco que queda ya en el jardín) albahaca, hierbabuena y algunas flores tardías de lavanda.

Con un paseo por el campo se puede llenar la cesta








jueves, 20 de septiembre de 2018

Jabón de frutas. Manzana y fresa deshidratadas



¿Rosa para las nenas?
Este color no está asociado biológicamente al sexo femenino, ni tiene raíces ancestrales que justifiquen esta preferencia. Y si no está en nuestro ADN ¿por qué entonces
 pensamos en rosa? Nos explican que fue una estrategia comercial allá por el año 1920 para segmentar el mercado y obligar al consumidor a duplicar compras, esto que llaman “marketing de género” Sí, seguro que fue así, pero para las que como a mí esta revelación llegó tarde, el rosa sigue siendo el color del algodón de azúcar, del globo, del peluche, de la gominola, del chicle, de la bici, del pintalabios, del jabón … “c’est la vie en rose”.


Macerado de aceite de oliva con manzanas y fresas deshidratadas, aceite de lino, cera de abeja y sal

Bálsamos labiales con macerado de aceite de oliva, manzanas y fresas; aceite de ricino y cera de abeja


lunes, 3 de septiembre de 2018

Jabón de aceite de jazmín y naranja





Nutritiva de cera bellina para las zonas más secas de la piel


Desde el paleolítico cuando el ser humano descubre, a través de la quema de ciertas maderas y resinas, aromas que le podían provocar sentimientos y ambientes más estables, comienza la búsqueda de respuestas que le permitieran clasificar, ordenar o comprender cada olor y las funciones que podrían atribuírsele. A partir del neolítico la utilidad del perfume se diversifica, se concibe para honrar a la divinidad, para disimular olores desagradables, para despertar ardientes pasiones o para sugerir o acrecentar la personalidad.

La industrialización del perfume surge por la necesidad de tapar el mal olor, principalmente el de las pieles. Hace más de cuatro siglos muchas prendas de vestir se confeccionaban con pieles de animales y el proceso de curtido aún era rudimentario por lo que desprendían un olor “molesto”. Comenzaron a untar las pieles con fuertes y persistentes aromas como el ámbar, almizcle o civeta. También, en aquella época la higiene personal era muy descuidada, las mujeres, grandes aficionadas a estos perfumes fogosos, disimulaban el mal olor colocándose almohadillas empapadas en las axilas y los muslos.

Cuentan que Anne Marie de la Trémoille, princesa de Nerola y camarera mayor de palacio de la corte de Felipe V de España marcó tendencia al ocurrírsele perfumar sus guantes con flores de azahar (esencia conocida desde entonces por neroli). Esta moda alcanzó límites extremos en la corte española, para más tarde extenderse a París, donde la profesión de guantero paso a ser inseparable de la de perfumista.

La Belle Epoque (principios del siglo XX), convierte al perfume en un
artículo de lujo, tiene nombre y envase especial. Emancipada y moderna, la mujer encuentra en los perfumes con aldehído una frescura inédita. Son los años locos, el periodo de las extravagancias, del atrevimiento, las mujeres trabajan y se independizan, ¡se olvidan del corsé! Los ánimos echan chispas: triunfa la velocidad, se baila el charlestón y se idolatran las estrellas del cine mudo. Los aldehídos aportan frescura y dinamismo a los perfumes.

Entre 1930 y 1960, la alta costura y los perfumes se asocian. Los costureros
imponen las fragancias con carácter, se lleva el perfume de alta costura. En los cincuenta se democratiza, nacen las “eaux de toilette” masculinas y el perfume americano: Europa sueña con América. Con los sesenta aparece el movimiento hippy y el pachuli invade las calles. Llegó la hora de la liberación sexual. Diez años más tarde el hombre accede al mundo del perfume, disocia definitivamente perfumarse y afeitarse. La mujer reivindica su diferencia y se inclina por fragancias que correspondan a su estilo de vida.

El perfume de los años ochenta busca sensaciones fuertes. La fragancia masculina exalta el cuerpo del hombre frente a los elementos naturales. Las mujeres marcan el territorio de sus conquistas profesionales con perfumes potentes, casi agobiantes y se codea con el hombre en el maratón del éxito individual. Después de este período materialista, a partir del 2000, hombres y mujeres sueñan con un mundo más puro, intercambian sus perfumes, inspirados en la búsqueda de una nueva frescura, las nuevas “aguas” huelen a agua como para satisfacer un afán de pureza. Se quiere volver a lo esencial.

 A través de la historia el perfume ha reflejado el estado de ánimo de la sociedad, su fuerza de persuasión cambió estilos y tendencias ¿no es fascinante? Pues animaros a ampliar estos conocimientos porque me ha quedado mucho por contar, os he hecho solo un pequeñísimo resumen de los datos que he podido recopilar y que merecen la pena conocer.

¿Y, qué nos cuenta el perfume de nuestra sociedad actual?
El perfume se une a la piel en una alquimia misteriosa y debe crearse no para ser un clásico o una tendencia sino para conseguir lo exclusivo, reflejando los infinitos matices de la personalidad con un mensaje seductor y coherente hacia nosotros y hacia los demás. Es el toque del perfumista y de la mujer que lo lleva.