lunes, 25 de junio de 2018

Verano 2018: rosa, coco y karité

Aceite de rosas, aceite de coco y manteca de karité


Esperaba al verano porque sé que en otro momento no vais a estar tan receptivas, para hablaros de las duchas de agua fría. Eduardo Galeano, escritor uruguayo, las llamaba la cultura del terror y vaya, sí que asustan un poco, pero como son más que saludables, os intentaré convencer de que este “ritual tan espantoso” habría que convertirlo en una rutina ¡diaria!

Hace bastante, en un mes agosto, nos invitaron unos amigos a conocer Ibiza. Isla que cautiva, con un ambiente genial, superatractivo, clima perfecto y las playas, qué puedo decir, me impresionaron.

Sabía que sus aguas eran muy cálidas, entre 25 y 27 grados, ideal para mi amiga que le gusta el agua calentita. Pero para mí no, soy de baños fríos y al entrar en el mar eché en falta las temperaturas bajas de las playas del Atlántico a la que estoy acostumbrada.

A los pocos días comenzó a dolerme la cabeza y sentía fastidio al no poder disfrutar de todo aquello tan encantador. Tomé calmantes, pero no ayudaron mucho y me recuerdo sentada en el porche, a la sombra, con pamela y gafas oscuras mirando a mi amiga, que tenía una sonrisa de placer enorme, dentro de la piscina. Observándola vino a mi cabeza las bañeritas hinchables de los bebés donde las mamás calientan el agua al sol y donde casi se podría cocer un huevo -¡Qué graciosa!- pensé, -¡¿cómo puede estar ahí dentro?! ¡¿cómo le puede gustar?!

Una noche mientras cenábamos nos hablaron de un pozo de agua fósil dentro de la finca que no se utilizaba. Al día siguiente fuimos a verlo y lo abrimos. La boca de la manguera tenía un diámetro muy ancho, tal vez era un tubo, no me acuerdo, pero al sentir el chorro de agua en las manos sí que recuerdo la sensación de frescor que tanto echaba de menos, ¡estaba heladita! Sin pensarlo la “enchufe” sobre mi cabeza, gradualmente, evitando el choque térmico, y no os podéis imaginar lo bien que me sentó ¡qué subidón de energía!, fue el mejor analgésico. Así, visitando el pozo a diario, pude disfrutar de mis últimos días en la isla.

Hay más para convenceros.
La fuerza del agua fría sobre la piel pone al corazón a trabajar y hace que sus músculos se flexionen instintivamente, movilizando la sangre hacia todos los órganos. Activa el sistema nervioso con una descarga que funciona como pequeños electrochoques creando un efecto antidepresivo. Mejora el sistema inmune, mejora el sueño, reduce la inflamación (¡celulitis!), tersa la piel, quema grasas (cuando el cuerpo se expone al frío, requiere más temperatura para calentarse y para hacerlo debe procesar más energía), balancea las hormonas combatiendo el desequilibrio, espabila el cerebro, te motiva para enfrentar el día, te sientes productiva.
Ya sé, ya sé, os estáis preguntando por qué este martirio, por qué no una ducha de agua caliente, por qué salir de nuestra zona de confort. Pues bueno, es cuestión de elegir, la vida siempre nos va a desafiar y somos nosotros los que decidimos cómo enfrentarnos a estos “duelos”, tomároslo como un reto personal que os llevará arrastrando los pies hacia la ducha, pero os sacará de ella flotando.

“Cultiva solo aquellos hábitos que quisieras que dominaran tu vida” – Elbert Hubbard




¡Verano!


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