lunes, 4 de julio de 2016

Jabón natural con aceite de girasol biológico






Jabones de oliva macerado con tilo, aceite de girasol biológico, karité y cera de abeja


¡Sabe a pipa!, exclamación frecuentísima cuando por primera vez se prueba el aceite de girasol ecológico. Sabor, olor y propiedades distan mucho del que normalmente usamos en la cocina: el refinado.

Leemos en su etiqueta: “aceite vegetal refinado”  o “grasa vegetal”, y nos puede inducir a pensar que es un producto libre de impurezas (por ser refinado) e incluso sano (por ser de origen vegetal). Pues va a ser que no.

Bajo estas denominaciones se esconden aceites refinados industrialmente, sometidos a procesos que transforman la estructura de sus ácidos grasos y que eliminan de su composición sustancias biológicamente activas, nutrientes esenciales que son muy apreciados para la salud.

¿Queréis conocer el proceso?, no os lo voy a resumir porque no tiene desperdicio:

“…Según la calidad de la prensa y la dureza de la semilla, si el proceso se realiza totalmente en frío, se logra extraer hasta el 20% del aceite contenido. Pero como estos valores resultan comercialmente insatisfactorios, las grandes industrias utilizan temperatura, calentando las semillas antes del prensado, hasta llegar a valores de entre 80 y 100ºC.
Después de la primera presión, el aceite aún contenido en la semilla se extrae en un segundo paso con ayuda de un solvente derivado del petróleo (el hexano), haciéndose hervir la mezcla. Lo obtenido se somete luego a temperaturas del orden de los 150ºC a fin de recuperar el solvente por evaporación, proceso que nunca alcanza el 100% de eficiencia y que por tanto deja residuos tóxicos en el aceite. Según el tipo de semilla, en todos estos procesos se utilizan tratamientos con soda cáustica y/o ácido sulfúrico para corregir la acidez y neutralizar el aceite.
Así se llega al aceite llamado “crudo”, cuyo estado resultaría impresentable para el consumidor y que requiere ulteriores procesos de refinación para poder ser envasado. En el proceso de neutralizado se utiliza hidróxido de sodio, donde la combinación con ácidos grasos libres permite la separación del jabón producido. Con el jabón se van minerales y valiosos fosfolípidos. Luego se realiza el proceso de desgomado que remueve más fosfolípidos (lecitina) y minerales (hierro, cobre, calcio, magnesio, etc).
Posteriormente viene el blanqueado, proceso que se realiza al vacío a temperaturas del orden de los 95/110ºC, con el auxilio de decolorantes (como el hidrosilicato de aluminio), donde se eliminan los pigmentos de clorofila, xantofila y betacarotenos. Finalmente se llega a la desodorización, proceso que exige temperaturas de entre 180 y 270ºC en atmósfera controlada. Esto se hace para retirar malos sabores y olores del aceite, productos del mismo proceso industrial, ya que no estaban presentes en la semilla. Con los sabores y olores, se eliminan los aceites aromáticos y los restantes ácidos grasos libres sobrevivientes.
A esta altura el lector, aunque no tenga conocimientos técnicos, puede imaginar lo que queda en ese líquido transparente, insípido e inodoro que vemos en los envases transparentes de las estanterías, muchas veces ostentosamente presentado como el resultado de “cinco procesos de refinación”, pero sin valor nutritivo y que requiere de antioxidantes (generalmente sintéticos) para impedir que se vuelva rancio y pueda soportar meses de permanencia en los estantes expuestos a la luz.”

Un “poco” decepcionadas ¿no?

Sin cambiar de tema. Hay un pajarito, el trepador azul, que todos los días me viene a pedir pipas de girasol. Es un maestro pelándolas, las encaja perfectamente en las pequeñas grietas de la madera y picotea hasta que las abre.
Y… ¿qué le aporta esa pipa? Mucha, pero que mucha vitamina E

El sí que sabe



  

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